Si lo obligas a beber, la Marcela no podrá jamás ser tuya. Mis ojos han visto muchas cosas. —Bueno. Zimens, en medio de sus extravagancias, era un romántico, un bohemio, una inteligencia atiborrada de teorías nebulosas, de esteticismos abstrusos, de conceptos filosóficos atrevidos, todo lo cual formaba en torno suyo una valla insalvable para el alma inculta y primitiva de su mujer. Yo me voy para siempre jamás. —Verdad, taita. Tiróle el sable a Cuspinique y después, la manta colorada en que había estado envuelto, el sombrero alón de plumas blancas, todo aquello que le había servido para imitar, más grotescamente, si cabe, al santo patrón de los chupanes. ¡Con razón penaban tanto en esta casa!...”. El espectáculo, trágico de suyo, a pesar de la frescura primaveral y de la esplendidez meridiana del sol, tenía todas las características de un acontecimiento fatal. -Por esta lomita donde hay peñas grandes- le dijo el ratón riéndose. La verdad es que el negro se tornó impaciente, nervioso, y con unas ganas incitadoras a que yo le dijera algo, a que rasgara con alguna palabra el velo del silencio que nos envolvía, posiblemente sin precedente en la historia de su rodado oficio. 3 0 obj —¿Y tú qué le hiciste? —No será así, taita. ¿Le tendría tal vez por muerto en el combate de Chipuluc o fusilado entre los prisioneros? Fue éste el primero en despertarle la afición al tiro, en comprender lo que un hombre vale y puede con un rifle en la mano cuando el ojo sabe apuntar y el corazón permanece inalterable. ¿No estaría comiéndosela ya? Por eso no quería decírtelo, pero mi pecho estaba ahogándose... —Si no lo hago, Leoncio va a creer que es por miedo. Y ahí comenzaron los problemas para el pobre zorro, porque la llama se asustó, después se enfureció y comenzó a saltar, patear, correr y escupir; era tanta la furia y la rabia que tenía la llama, que arrastró al zorro contra un piscallo. Son mistis de otras tierras, en las que no mandan los peruanos. ¡No me mates, taita!” ¿Luego era cierto lo del sueño? Fue otra la razón. Había sido preciso toda la labor exhumadora y disolvente de los juicios para haber llegado a ver en el fondo de ese silencio, ceñudo y hostil, de su padre, cuya dignidad no le permitió a éste violarlo nunca. Y medio que me está soliviantando a algunos de los matoncitos que tenemos en la peonada. Additional troubleshooting information here. Tenía la cola pelada, el chuño pelado, las patas peladas y todito el cuerpo pelado. Y tuvo razón Tucto al decir que Crispín no andaba lejos, pues a poco de callarse, del fondo de la quebrada surgió un hombre con la carabina en la diestra, mirando a todas partes recelosamente y tirando de un carnero, que se obstinaba en no querer andar. Naturalmente la noticia conmovió a Huánuco entero, y todos —en esta palabra la comprendo a usted también, señora—, todos se apresuraron a averiguar por la feliz mujer que había logrado quebrantar, en el breve espacio de unos días, la indiferencia del desdeñoso germano. —¡Listo! Le negaban el saludo; se entraban al verle pasar; cerrábanle las puertas y, para colmo de esa situación odiosa, no tuvo ni la compañía de su padre Conce ni de su abuela Nastasia. Petroperú abrió su convocatoria a la XXII Bienal de Cuento y VIII Bienal de Ensayo "Premio Copé 2022", en la que podrán participar los peruanos residentes en el Perú y en el extranjero en una nueva jornada que busca reconocer lo mejor de la creación literaria en nuestro país. La has ensuciado y hay que volverla limpia, como quiere su dueño. Mas ¿de quién valerse para esta empresa? Tenemos por ejemplo el relato de «Ushanan-Jampi», donde un indio es desterrado de la comunidad por robo, y la afrenta por deshonrar las leyes divinas de la comunidad desemboca en un final trágico. El otro día se te fue la lengua en el Cabildo, y a esta hora estará sabiendo Puma Jauni lo que hablaste. “Si se habrá figurao éste que me quedao creyendo lo que me ha dicho. Cuando pasa mucho tiempo sin comer, Paucarbamba piñashcaican. —No creo que sea el poncho —dije yo—. Al llegar la madrugada, el zorro se tenía que ir igual de hambriento, porque con esos pedacitos no llenaba su guata. CHACCHAR: mascar coca mezcladas con cal. Y Cunce Maille, dada su naturaleza rebelde y combativa, jamás podría resignarse a la expulsión que acababa de sufrir. Y así fueron apareciendo y juntándosenos hasta nueve hombres más, de inofensiva apariencia, mudos, enigmáticos, greñudos, de mirada frías, pero dejando todos ellos entrever que bajo el poncho llevaban algo que ocultaba seguramente la muerte. —Caballos que llegan, Juan; vienen muchos. ¿Hice bien? Nuevos cuentos andinos Cuentos Andinos (1920)...3 A mis hijos...3 Los tres jircas...5 La soberbia del iojo...11 !l cam e"n de la muerte...15 #shanan$jam i...22 !l hombre de la bandera...29 !l licenciado A onte...35 !l caso %ulio &imens...'2 Cachorro de (i)re...'9 La mula de taita *amun...59 Como habla la coca...+0 ,ue-os cuentos andinos (192+)...+. Yo de ti ni me interesaría por saber de ella, por más que sea tu media paisana, a no ser que... ¡Dios me perdone!, iba a decir una cosa...” Rabines dejó hablar a la Maco y así fue enterándose de todo lo que había sucedido durante su ausencia. Una vez todos arrodillados y contritos y en círculo perfecto, como si estuviera en misa, Callata, dirigiéndose a la Isidora, exclamó: —Isidora Coahila, mujer de Carmelo Maquera, vas a hacer tu obligación. Aureliano, desparramando la mirada por el alto y torvo horizonte, sonrió con incredulidad. Nuevos cuentos andinos contina la primera serie (1920) que signific la consagracin literaria de su autor. ; les doy la voz de mi carabina. Tal vez si acabaría por no ir a ver funcionar otra maquinita humana, más presuntuosa todavía, más terrible y destructora que todas las ideadas por el hombre. Aquel jinete era don Miguel Berrospi, dueño y señor de esa especie de feudo enclavado en el estrecho valle del Huallaga, a unos cuatro kilómetros de Huánuco, entre la margen izquierda del turbulento río y las estribaciones de los Andes, y tajado por la franja arcillosa que sirve de carretera entre la muy hidalga e industriosa ciudad de los coloniales tiempos y esta otra de hoy, la frígida y metalúrgica capital de Junín. Y todo por un poco de ración mala y cuarenta centavos, que casi nunca me los pagan, porque cada vez que pido algo para ir a dar una vueltecita por Huánuco, el patrón saca su librito y me sale con éstas: “Tú todavía no le has cancelado tus adelantos a la hacienda; le estás debiendo más de cincuenta soles, pero como tú trabajas aquí de firme, te daré un par de soles para que te emborraches si quiere...”. -¡No compadre!, son animales muy chicos, contesta el puma. —Es que la originalidad de mi caso no está en el hecho mismo sino en el autor del hecho. Los demás que se retiren... —Y la cabeza que te he traído dónde quieres que la pongan? Pero a todo esto, el conejo había pensado la nueva mentira que diría. —Pues ahí tienes el blanco sobre el cual vengo yo todos los jueves, desde hace un tiempo a una hora fija, a disparar sólo un tirito. Porque sabrás que aquí sólo vienen a trabajar dos clases de operarios: los habilitados, traídos a la fuerza por los enganchadores, y los recomendados, que manda don Miguel de Coribamba, para que los corrija. Dejemos en paz a los pobres maridos fieles y confiados, de los que usted parece burlarse y volvamos a lo de la salvación. —grito despectivamente el yaya Sabiniano. Disimulitos conmigo, que estoy cansan de estos trapicheos. Ya Runtus, que, como el menos impetuoso y el más retrasado, todavía demoraba en llegar, se limitó a tirarle de espaldas de un soplo. Y como toda la mañana la emplease en ese recorrido y todavía me faltaba ver algo más, volví en la tarde para completar mis urbanos conocimientos. Si, él tenía que hacer algo sonado ese día. A no ser que prefieras una chaccha sobre andando. ¿Acaso les tendrán ustedes miedo? Es Cunce... —¿Está armado? No lo olvides, muchacho. —La conozco. El zorro exclama: -¡Este sapito ya me está alcanzando!Siguieron corriendo; por la orilla iba el zorro que nuevamente pregunta: -¿Sapito rana?- , a lo que el sapo contestó - ¡Croc, croc!-, y el zorro exclama muy preocupado esta vez: -¡Este sapito está casi a mi lado!Continúan corriendo un trecho y el zorro vuelve a preguntar: -¿Sapito rana?- y el sapo replica. —La promesa es ésta: si cumples tu palabra te doy la mano de mi hija Isabela, que creo que le has puesto ya la puntería. De buena gana te dejaría estacado bocarriba, para que te remataran los buitres, :_lue eso mereces, pero he ofrecido tu cabeza. De aquí pasaba a hacer otras, como por ejemplo, cuántos de esos autos estarían todavía a medio pagar por sus envanecidos dueños. El ángel bueno de esa mujer me burló. En casi todos ellos un dejo de tristeza, una protesta muda, una sombra de inquietud, una decepción... Caminó todavía media hora más por las alturas, fuera de camino, bordeándolo, hasta que al fin se resolvió a descender a la carretera, la cual columbrara desde el amanecer y parecía invitarle a bajar. Cuando vuelvo a la caña, los ganaderos se pegan a las tetas de las vacas a tomarse la leche, o se meten porai a despiojarse, o a chacchar, o a latir como toros para ver quién lo hace más propiamente. Y mientras todos los que nos encontrábamos bajo el parral veíamos con hostilidad al impertinente viejo de las barbas flotantes, renegando de que nos hubiese echado a perder tan grata compañía, éste se limitó a contestarme: —¡Aspavientos!, que no cuadran en estos lugares, donde todos, cuando no llevamos un piojo encima es porque lo hemos dejado en casa. Goza de la Avelina si puedes, pero ruégale a tus jircas que no salga con bulto, porque si sale, ¡tatau!, quo le hace comer el hijo don Miguel. Y mi admiración subió hasta el máximo cuando vi a la quinta botella correr la misma suerte que las otras. Soldados, soldados y más soldados... El comando de allá abajo no creía suficiente los que había echado tras del infortunado guerrillero. —¡A la quebrada con él! Si yo me escapo, cuando tú regreses a la montaña quién sabe qué hará contigo. La imbecilidad, como usted sabe, se cura tonificando el alma, sembrando ideales en ella, despertándole ambiciones, haciéndole sentir la conciencia de la propia personalidad. Las piedras hablan. Ayúdeme no más, que ya sabré yo componérmelas. Maille caminaba ahora recto, con el pecho saliente, balanceando los brazos por igual, la frente levantada y la mirada firme, con ese aplomo que da la marcha isócrona colectiva, regulada por el compás de las bandas militares y cuyo son parece percibirse mucho tiempo después de haberse oído. EL animal se espanta y comienza a patear y correr, pero el zorro estaba bien agarrado de la cola y el puma de la cabeza y éste aprovecha de soplar por la nariz del animal con su tufo venenoso cayendo ahí mismo la presa. Por eso me decía Niceta: “Oye, Marcelo, ¿no te parece bueno que Benito estudie también para cura? Soy un ser vivo igual que tú, tengo la misma importancia y a lo mejor soy más importante que tú-. —Dije mal. Corno el llamado no respondiera ni podía responder, pues hacía dos meses que la gripe lo matara, el nuevo alcalde, aunque bien enterado de esta desaparición, se vio obligado a hacer las preguntas de ritual: —¿Dónde está Pedro Maule? —¡Listo! ¡Buena la has hecho! —Bueno. Como el párpado de un ojo que se abre perezosamente, así, ni más ni menos, la puerta se entreabrió, escurriéndose por ella, furtiva y rauda, la mujer de mi provinciana curiosidad. —No te inquietes, taita Melecio. Una noche apareció el zorro, pero apareció bajo la forma de un ser humano, de una persona; llegó convertido en una persona muy elegante y vestido con un terno de color café. Naturalmente el guacamayo lo destrozó. Y queriendo sonsacarle más al indio, continuó el mayordomo: —Falta que te hayas ido más allá del beso, porque tú tienes mirada de zorro, indio marrajo, y el zorro a la hora de comer pollitos es más listo que el gavilán. Y concluí: —Podría hacer lo mismo con las otras botellas, pero siempre quedaría por debajo de Diego, a quien me complazco en reconocerle su superioridad. Ya tengo el corazón tranquilo y el pulso firme. —Lo que se va a alegrar Chupán y todos los pueblos de la comarca cuando sepan que les has quitado de encima a Puma Jauni con una bala en la cabeza. Salvo que se haya vuelto loco, porque sólo a un loco puede ocurrirsele estarse ahí mudo y en la posición en que está. El habría querido ser en esa fiesta el primero, y al no poderlo conseguir, prefería en esos antipáticos días perderse por los campos, para embeberse de cielo, de cumbres y soledad. ¿No saldría de su bando otro Culqui? Ha comenzado a arrearse el ganado de nuestra comunidad. Los dos hermanos quedaron sumergidos en un silencio de quebrada andina, solemne, abrumador, de esos que hacen que el indio se sienta más poseído por su amor a las cumbres, más penetrado de fuerza telúrica, y el hombre de la costa, más aplanado e impaciente por librarse de un medio que le irrita y cuya grandeza no puede aún comprender. Los tres estuvieron a punto de chocar un día, atraídos por la misma fuerza: el amor. Los tinajones no caben ya de trigo. Eres muy truhán y no me gustaría verte mañana, cuando ya fuésemos marido y mujer, diciendo por ahí: “Esta quiero, esta no quiero”. —¿Y el descuartizamiento de los hermanos Ingunza? Tolerantes, pacientes, rutineras, mecánicas; incapaces de reaccionar ante los despotismos maritales, sumisas a los golpes, semejantes en sus protestas a las llamas, que se echan cuando se les recarga el paso y sólo se levantan cuando las aligeran de él. ¿Y los rusos? Os comprometisteis, bajo mi garantía, a pagarle a los de Obas antes de un año los cincuenta escudos que les estáis debiendo para que os dejasen celebrar tranquilamente la fiesta y hasta hoy no habéis cumplido con abonarles un centavo, ¡recontra! La visión del triunfo y la expectativa de una cuantiosa indemnización, columbradas desde varios meses atrás, se desvanecían entre estertores de muerte y charcos de preciosa sangre fraterna. —Un poco con los caballos y otro poco con los hombres... —Sentir la espuela de usted debe ser una delicia... —No la uso. Y si no se casa y se la lleva pa’ allá abajo, no sé qué va a pasar aquí cualquier día. Si vuelve seré yo quien le meta el cuchillo. Si lo ves con tu padre, dile quo este favor quo te hago a ti es por cuenta de los que él me prestó cuando yo caballeaba por Chaulán y me perseguían los milicos. Fue un matrimonio sin puntos de afinidad; ni siquiera un matrimonio de esos en que los esposos, cuando no coinciden en el sentimiento, coinciden en la opinión. ¿Desde cuando los indios como él tenían palabra? —murmuraron todos. Pero el lunes, muy tempranito, en tu puesto. En esa actitud, con la ropa ensangrentada y desgarrada por las manos de sus perseguidores y las dentelladas de los perros ganaderos, el indio más parecía la estatua de la rebeldía que del abatimiento. Más allá la represa del Chancay, con sus compuertas y en el lado opuesto, la hoyada que iba a servir de reservorio, con capacidad de cincuenta millones de metros cúbicos, para la época del estiaje y uno de cuyos costados debía de cerrarse con un muro de acarreo, operación costosa y casi imposible por medio de los brazos; pero que la hidráulica y la mecánica tenían ya resueltos. El puente de Izcuchaca, tan famoso en nuestra historia militar, me alivió un poco de la pesadilla de los desfiladeros. Se trataba de hacerle justicia a un agraviado de la comunidad, a quien uno de los miembros, Cunce Maille, ladrón incorregible, le había robado días antes una vaca. Pero la llegada del Nino en procesión, encabezada por el cura y los danzantes, saco de su actitud y de sus tumultuosos pensamientos a los yayas, haciéndoles arrodillarse y entonar, junto con todos, la clásica plegaria de la ceremonia. No entendí lo que aquel hombre farfulló al pasarme el escrito. Sí, a pesar de tu incrédula sonrisa. La peste ha sido fuerte. ¿No sabes tú que las mujeres no deben entreverarse con los hombres en el trabajo? Cayó en una tremenda roca, todo hecho tiras. Sobre un tabladillo, diez asientos patinados por el roce del tiempo y en cada uno de ellos un yaya. La segunda vez tratamos de ponerte a bien con Felipe Tacuhe, a quien le robaste diez carneros. De San Agustín se sale haciendo foraditos; de aquí ni con cien cruces que pongas en el camino. <>stream Tenías por esto que tener un vicio: tu vicio. ¿Diez por ciento mensual? Por eso los ha perdido casi todos. ¿Y por solo una peseta, un puñado de coca todas las mañanas y una ración de maíz y frijoles, coma para puercos trabajan todo el día? —Junto a la boca, taita Leoncio. —Marcelino emplea bien la plata, taita. Las cinco botellas, tumbadas en fila y separadas algunos centímetros una de otra, parecían mirarnos con su única cuenca vacía, desafiadoramente. ¿Una herejía? ¿Quién podría ser...? Y como la ley ha declarado sumariamente que don Jesús es hijo del viejo Quiñónez y el otro no, a pesar de lo que le consta a todo el mundo, mientras en el juicio contradictorio que siguen ambos no se acredite lo contrario, el Jesús tendrá que echarse sobre todo, corno ya se ha echado sobre los fundos. —Pero, volviendo a lo del derrotero, ¿por qué no me dices quién te lo ha enseñado? De las mujeres, un poco menos: sólo tres. Casi no había dormido en la noche, sacudido de rato en rato por las trepidaciones de los autos, que, desde su escondrijo veía pasar agujereando sombras, levantando oleadas de abrillantado polvo, sembrando de graznidos el silencio solemne de las alturas y luciendo por largo espacio el rubí de sus linternas traseras. Ahora, entre para que comas y bebas un poquito de chacra con nosotros. Aquello, más que una condescendencia, era una derivación del derecho de propiedad, una como accesión de la tierra. ¿No tendrás siquiera un sol? Tiremos de él los dos. El indio recogió el sol con mano temblorosa, y después de cambiarlo y de echarle una mirada aviesa a don Ramón, enarboló su garrote y salió, no sin dispararle antes, a manera de parto, esta flecha envenenada: —¡Cómo ha de ser falso, taita, si ayer no más me lo dio doña Santosa en pago de un carnero! Nada de esto. Y comenzó la guerra... El zorro echó a los demás animales a pelear. ¿Y quién te manda besar lo que el patrón tendrá reservado para su gusto? El patriotismo no sabía responder a estas preguntas. Maquera, sacudió por la palabra última, golpeó reciamente la mesa con la botella y, lleno de asombro, interrumpió el discurso de su padrino. Las funciones públicas no podían quedar entregadas á la voluntad o capricho de los hombres, aunque éstos fueran los personeros legítimos de la comunidad y estuvieran repletos de sabiduría. HUAYRO O HUAYRUROS: semilla del árbol homónimo, empleada por sus vivos colores para confeccionar adornos artesanales, y también para realizar quipus. ¿Qué vale para el indio la luz de todas las civilizaciones juntas, disfrutada al amparo de de la ciudad, comparada con el rayo de sol, disfrutando al amor de sus majestuosas cumbres andinas? Siempre es útil saber la verdad de una muerte, Y más útil todavía saber como mata la sociedad y cómo un hombre puede ser juez y reo al mismo tiempo. Has hecho una barbaridad. No tuvo esa gloria, pero tal vez fue porque no lo quiso. Con nadie habló de ellas. El chófer, con un cuarto de cara vuelto hacia mí, me miró con tal azoramiento que parecía decirme: “¿Ese es el hombre que se la está jugando, señó, y por quien ha tomado mi auto pa’espiar?” Mi tranquilidad le desconcertó. La moza, un poco desencajada y con cierta inquietud en el espejo de sus ojos, arreó nuevamente. —En la cabeza no; en el corazón, que trae buena suerte. Ni más ni menos que esos reclamos específicos curalotodo, cuyos avisadores, no contentos con perseguir al público de adentro por medio del periódico, se echan a perseguir al de fuera por medio de las tapias campesinas y los muros suburbanos. Me precipité al balcón y pregunté: —¿Qué pasa? Cómo voy a olvidar si conmigo ha pasado eso. Ahora vamos a ver cómo anda el mío. El amo, luego de repartir unas cuantas manotadas y puntapiés entre las más cariñosas y confiadas bestezuelas, echóse atrás el hongo y clavó en el pobre siervo una mirada escrutadora y sombría, terminando, después de una lenta y molestosa pausa, por interrogarle: —¿Qué es de Aureliano? Pues no me cerró el paso; no imploró el auxilio del deseo para que viniese a ayudarle a convencerme de la necesidad de no romper con la ley respetable del hábito; no me despertó el recuerdo de las sensaciones experimentadas al lento chacchar de una cosa fresca y jugosa; ni siquiera me agitó el señuelo de una catipa evocadora del porvenir, en las que tantas veces había pensado. Aquello estaba más allá de la incredulidad de los pesimistas, de la ironía de los detractores de la Empresa de Irrigación. En el centro y un poco a la derecha —lado oriental— una casita, con varios compartimientos de piedra y barro, construidos en forma primitiva y techados de paja. EL ZORRO Y EL CONEJO Cuentan que un conejo siempre iba a comer a una chacra; comía tanto que la persona dueña. Eso no se le descubre a una señora. ¿Es verdad? Noto que te estás enflaqueciendo por arriba y engordando por abajo. El arreglo debe ser, pues, antes de que se despierte y comience a desperezarse sobre el lomo de las cumbres. Una inmensa pampa de agua azul y verde, dos mil, tres mil veces más grande que la laguna Tuctu-gocha, y en la que puede caminarse días enteros sin tocar en ninguna parte, viéndose apenas tierra por un lado y por el otro no. Lo que siento es un olor a podredumbre. —¡Un trompiezo! Estas manifestaciones despertaron su amor propio, y le dieron una mayor conciencia de su personalidad, acabando esta por adquirir mayor fuerza el día en que dejó de ser un simple número del batallón para convertirse en el cabo Maille. El truco que utilizaría era que un sapo se ubicaría en el punto de partida, otro sapo un poco más allá y otro más allá, y así todos los sapos se ubicarían en el trayecto del río hasta llegar a la meta. Al final el hombre elegante se comenzó a transformar en un animal llamado zorro. De un salto me encaramé al horno. El acusado vaciló un momento; pero, sugestionado por mi mirar imperativo, se lo quitó, no sin cierta lentitud, que a mí me pareció sospechosa. Así solo se matan a las chinches, a las arañas, a las cucarachas, a las pulgas. El que hace un daño debe repararlo. ¿Que podía haber aprendido alii, como no fuera a sablear a la gente? IV Y todo fue pasando bien aquel día. Rabines fue también de los concurrentes. No era preciso tanto. Cuando corre sangre entre dos familias, como ahora entre los Valerios y los Magariños, el que protege a uno de ellos se trae el enojo de los otros. —Me estoy refiriendo a las avenidas. El sacristán pareció entenderle, y esquivándole la mirada, le invitó a sentarse en torno de la improvisada mesa, para comenzar con la catipa, Que era el último acto de aquella extraña ceremonia, y así permanecieron, entre tragos y mascadas de coca, hasta que el canto de los gallos les advirtió que debían separarse. La Avelina es mi mujer y el hijo que tiene en su barriga, mío. Runtus, durante el viaje había caminado pensando: “Mi vejez es sabiduría. Que me digas qué rumbo corrió esa chica del Corazón de Jesús, que nos gorreaba cada vez que nos parábamos a ehocolearla por la ventana; qué de la gringuita esa que despachaba frente a la tonelería de Chirichigó; si la... Pero ya te iré preguntando más despacio. Noto que le interesa a usted saber algo más de mí. Sus ojos, un tanto oblicuos y crueles, entronerados bajo el ajimez de unas cejas bravías y enmarañadas, se habían quedado inmóviles, con una fijeza estrábica, como si en esa divergencia visual hubiese encontrado una válvula de escape la pasión que en ese instante le hervía en las entrañas. —No pude hacer nada; estaba sola. Más bien me vine a la casa y tranqué bien la puerta, por si al hombre se le ocurriera venir en la noche. —¡No me repitas las preguntas! La banda se detuvo bruscamente delante del cabildo. El zorro se puso en contacto con todos los animales grandes que podían formar su ejército y conversó con las vizcachas, los tites, los pumas, quirquinchos, añazos, ratones; todos ellos formaban parte del ejército del zorro peleador. El alcalde ascendió en medio de los vítores de su cortejo, y del redoble de los tambores, yendo a colocarse al pie de la enorme y panzuda vasija de chicha que dos decuriones de su bando acababan de subir. —¡Cállate la boca! El que da parte de lo que tiene, sin tener obligación de darlo, sin saber las necesidades que puede tener mañana, comete un pecado contra sí mismo y se expone a tener que pedir alguna vez y a pasar por el dolor de que se lo nieguen. Haz lo que quieras; dispón de ella como te convenga. No lo olvides... Y Aureliano los había tenido muy presente desde entonces. Pasado un rato, el zorro pregunta: - ¿Sapito, rana?- -¡Croc, croc!, responde el rival. Pero aquello no era propio de un artista. El aire de reto y suficiencia con que Ponciano lo pronunciara les había dejado entullecidos. Una india, que no tenía más mérito que una carita aceptable. Es hoy el orgullo de Lima. Como todo anda por allá arriba mal y la gente sin trabajo, espantada por los de Benel, me he venido a buscarlo por acá. 3:00 p.m. CLAUSURA DE LA IV FILTARMA a Cargo de Guillermo Camahualí (Presidente. • La ligereza de la boca se paga. Hay que tener mucha paciencia. —¡Cállate la boca! López Albújar, El amigo del pueblo (Sobre Nuevos cuentos andinos) 163 6. —Ahora me explico el tono violento del recurso. ¿No lo sabéis? nos lanzamos-, le susurra el puma al zorro. Habría sido imitar a esas odiosas aves marinas, llamadas tijeretas, que no pudiendo pescar directamente, se ponen al atisbo de las que saben hacerlo, para arrebatarles su presa. ¡Qué crimen! Con admirable precisión llevaba y traía el manubrio, simulando el acto de cargar y descargar, y se encaraba el arma y hacía funcionar el disparador en los dos tiempos reglamentarios. Crispín, que comprendió también la feroz ironía del viejo, sin volver la cara respondió: —¡Qué te podrá dar un mostrenco! La prosa de Enrique López Albújar es fuerte y concreta. A lo que Jorge le replicó: —Pero eso es cosa fácil, taita. —No, maestro. V Terminado el desayuno, después del descenso, practicado con menos dificultad y peligro que la subida, por haberles favorecido la luz franca del sol, pero más complicado por la diligencia que tuvieron que desplegar ambos mozos en auxiliar a cada instante a la mujer que bajara con ellos, Calixto, cogiendo a ésta por un pie, la aupó sobre la muía, y dirigiéndose a Nicéforo, ordenó: —Cuelga la cabeza de ese mostrenco en el anca, si es que no quieres llevarla tú mismo. Cuando come cushiscaican. Tú te crees un gran tirador; pero aquí hay quienes pueden enseñarte, sin necesidad de tus reglas, a poner una bala en la boca de un cholo a dos cuadras de distancia. El mismo don Miguel, a pesar de su aire de huraña continencia y del respeto que pudiera merecerle su condición de amo y marido, no podía substraerse a aquella ley. Respeta un poco más a nuestro sexo. ¿Te acuerdas? Hablas como un mismo misti papeluchero. Y mientras el otro sacaba el puñal para partirle el corazón, Puma Jauni todavía pudo decir: —Me enterrarán junto con mi perro. —Si nadie nos ha querido decir, señor, en Chaulán, quiénes son sus parientes, ni recibirlo tampoco. Ya al mediodía, cansado de esperar, se atrevió a decir, fingiendo indiferencia, al tiempo de sentarse a almorzar, invitado por los dueños del rancho: —No he visto salir en toda la mañana al jefe, sin embargo de haberle oído decir que estaba de excursión a Santa Cruz, en compañía, a lo que parece, de una señora. —Por él mismo, señora. Para los hombres como yo lo mismo es atacar de día que de noche. ¿Y no te trajiste los ojos del shucuy? El cuerpo estaba intacto; no presentaba huella alguna de lesión, y la sangre que le empurpuraba la boca parecía más bien producida por un derrame interno. ¡Todas esas teníamos! Rato después se ve bajar del cerro unos llamos, y el zorro se puso a gritar: -¡Compadre, allá vienen otros animales!El puma se levanta, mira y dice: -¡No compadre, esa es carne mala!-. Hasta que no le pongas a un hombre una bala en un ojo, cantándolo primero y a dos cuadras, no serás buen illapaco. Hasta el fiscal había descuidado sus sagradas obligaciones. Entre los panatahuilnos la mujer se deja quitar la manta en señal de consentimiento; entre nosotros, con un pedazo de oro, en forma de anillo, se deja quitar todo. Y en esta confesión, que no puede ser más espontánea, ¿no ve usted un bello motivo para que yo recupere toda mi caballerosidad perdida en un rato de entusiasmo de psicólogo diletante? Caída la tarde se retiró de su atisbadero, afiebrado, como si la kola, que había estado bebiendo se le hubiese convertido en un tóxico. Our partners will collect data and use cookies for ad targeting and measurement. Pero yo no me largué. ¡Ah!, si yo tuviera pluma de escritor, con qué cariño escribiría uno sobre un motivo que captara ayer no más, precisamente en ese barrio, ingrato para usted, de que venimos hablando. ¡Ushanan-jampi! Y naturalmente, habría seguido adelante, sino hubiera venido a interponerse entre esa mujer y yo algo intempestivo... que la salvó. Esta manera de responder se me hizo sospechosa y resolví espiarlo. Por ahí anda en todas las bocas una canción traída por usted, un poco jactanciosa y retadora. Esa manera de dejarme, a medio principiar me irritó. La mirada de Rabines la había asustado y sacudido hasta lo más hondo. Y en el gusto y las costumbres el choque fue más franco todavía. Una fila de azoradas cabezas apareció por entre las puertas de los antepechos y, después de revisarlas todas, como notase que faltaban Pedro e Ishaco, lleno de sospecha, volví a preguntar: —¿Dónde está Pedro? —Gracias, abuela; siéntate. Ante este último pensamiento, que pareció repercutir telepáticamente en Calixto, éste, que caminaba pegado a la cabalgadura, dijo: —No has querido desayunar allá abajo, Maruja. Una risa casi igual a esa de ayer que tanto me hizo meditar. De buena gana habría limitado su interrogatorio a lo preguntado, porque, en realidad, lo que le había enardecido hasta ponerle fuera de sí y hacerle entrar al patio de la hacienda de modo tan atropellado y alarmante, no valía la pena de que un hombre como él, amo y señor de todo lo que vivía y se agitaba dentro de su fundo, descendiera hasta olvidarse de los respetos que a sí mismo se debía y cayera en la vulgaridad de un arrebato. UTACAS: hormigas, especie de hormiga-león. Vivo al pie, taita”. Nicéforo se puso a tantear con ambas manos la roca, como practicando un reconocimiento y después de unos instantes murmuró: —No me he equivocado; estamos a la espalda de la guarida de Puma Jauni. El campeón de la muerte I Se había puesto el sol y sobre la impresionante tristeza del pueblo comenzaba a asperjar la noche sus gotas de sombra. Rabines aceptó y después de encaramarse en el camión y devorar unos cuantos trozos de tasajo, que uno de los trabajadores le brindara, dijo, poniéndose a tono de la alegría general: —¿No hay por ahí un poco de agua? Y si a esto se agrega que en este acto nadie iba a intervenir más que yo, no había por qué gastar tantos escrúpulos. Empezaremos la subida por aquí. —¿Movía aun los pies? Si así eres tú te voy a distinguir en la ración y a echarme pajitas en los ojos cuando no ajuestes todo tu tarea. El zorro llegó cansado y con la tremenda lengua afuera, derrotado y muy avergonzado; no se explicaba como había podido perder la carrera. Estaba huachita y medio desconsolada por la pérdida de su traído, que era de los de Benel. Al menos así lo susurraban por lo bajo contratistas y capataces, temerosos de la disminución de la demanda de brazos que presentían. —Todo no. A pesar de la ventaja que nos llevaba el auto, pronto lo descubrimos, y una vez alcanzado comenzamos a seguirlo al tono de su marcha. El blanco A Luis Alberto Sánchez I El título no me había servido de nada. ¿La tendrá encerrada en alguna bodega o la habrá mandado a las Concebidas para que le lave a las madrecitas y el amo se desenoje? ¿Se habría quedado usted ahí no más? sola. El respeto es convencionalismo. Aquello significaba un reto, una burla a la justicia severa de los yayas, merecedora de un castigo pronto y ejemplar. Y digo hasta la puerta porque por más instancias que le hice para que entrara, venciendo por supuesto todo mi horror, él no quiso pasar el umbral. Ambos se miraron fijamente y se entendieron, —¡Está bueno! Pasado un largo rato, preguntó: —¿Qué te trae por aquí Martina? Es Crispín. Pero ¿por qué se me ocurre esto sólo ahora? En torno de la casa, pabellones de anémica blancura, establos y corrales enmurados de piedra y cactus, un patio de desmesurada extensión para las tendidas de la coca y del café; hilos y postes telefónicos para recibir las órdenes del amo y enterarle del tiempo y la cosecha; dos matohuasis, un canchón y un hormigueo de algunas centenas de hombres durante el día por los cocales y cafetos. ¿Así piensan ustedes desde que yo falto de aquí? Entre todos somos muchos-, dice el zorro. ¡Qué animal más bestia! Así, mientras mi colega de enfrente apenas se daba tiempo para atender a litigantes y escribanos, yo me pasaba el día leyendo o atisbando a través de la celosía el movimiento callejero. Enrique Lpez Albjar. Tú no has ayudado todavía a todas las fiestas que se celebran en el pueblo; ni has desempeñado todas las tesorerías de esas fiestas; ni has intervenido en la distribución de las ceras de los santos, ni sabes cómo se labra esta. El caso es nuevo; no está previsto por nuestras leyes y esta reconciliación, a la vista de todas mis queridas ovejas, ha sido ideada por ti. Las caridades de la señora de Tordoya (1955) VOCABULARIO ACTADO: demandado ante el juez. Me había dado a la coca. Recibe mi saludo de bienvenida, muy efusivo, desde luego y ven mañana, a las ocho p.m., a comer conmigo y mi mujercita, la cual está muy interesada en conocerte por lo mucho que le he contado de ti, y, al mismo tiempo, para que exhumemos algunas de nuestras picarescas aventuras estudiantiles. Era, pues, tontería y peligroso callar. —Tú dirás taita. No satisfecho aún de su obra, volvió los ojos a Cori-Huayta, que asustada, había corrido a refugiarse al lado de su padre, y mirándola amorosamente exclamó: ¡Huáñucuy! Así no podrá haber nunca paz entre ustedes. Y más triste habría sido para mí saber que aquella dama tuviese la dicha de ser madre y que todos los jueves, al volver de la calle de “visitar a sus pobres”, sus hijos fueran besados quizá con la misma efusión que los labios del amante que acababa de besar. —¡Silencio, mujer!, que todavía me parece que no se han largado esos canallas. Esta noche los buscaré y mañana temprano los tendrás, taita. Toda mala guitarra es así: muchos cintajos en la cabeza y muchos adornos en el pecho y a la hora de sonar, pesada y sorda. A la tardecita del sábado me encargas algo para el cocal que está en el fondo y yo voy por él, y cuando todos crean que ya he regresado, aprovechando de la nochecita, estaré lejos, hasta el lunes, muy de mañanita, que estaré otra vez en mi puesto. El caso Julio Zimens A Ricardo C. Espinosa, en Piura I —Entre los numerosos casos en que ha intervenido usted como juez, doctor, ¿Cuál ha sido el más interesante, el más sensacional? Relatos hondos, dramticos, inspirados en tragedias cotidianas y en ocasiones desgarradoras. Y mientras doña Santosa y don Ramón tornaban a la casa, aquella llena de curiosidad, preguntóle: —¿Qué ha dicho ese? ¿Pa’ qué se dejó acorralar? ¡Rápido! Este era distinto, como el piafar de un potro indómito, y, en vez de muerte, era vida lo que salía de sus entrañas. Ya está bien oscurito. —Hablas muy seguro, Aureliano. No son como las cartas, que sugieren tantas cosas, aun cuando nada digan. Espiarla, después de haberla seguido, ni más ni menos que un marido escamado. —Le ha pesado a usted serlo alguna vez. ¿No te equivocas? Lo que he querido decirle a usted es que en un caso en que no había delito, judicialmente hablando, y, por consiguiente, ni actor ni reo, había, sin embargo, todo esto, moralmente se entiende. Podía afirmarse, sin temor alguno, que el cadáver del llamado por todos Juan María Quiñónez databa de unos dos años atrás. ¿Y cómo lo sabía usted? Que contento se encontraba el zorro, que pensaba para sí: -Sin mi ayuda,tal vez no habría caído-. Marchaba despeado, con el talego de fiambre enteramente vacío y una sed que comenzaba a morderle las entrañas. No hay nadie como tú en Chupán para dar una toma que no deje rastro sospechoso. Y los dos, con los rifles en banderola, mantenidos hasta ese momento ocultos bajo el poncho, comenzaron a trepar felinamente. Fue la lógica la que me sentó desde el primer momento esta premisa: “Esa mujer que acabas de ver entrar en esa casa no ha entrado a nada honesto. Pero como yo no sé perdonar, porque para eso soy quien soy, prepárate, que he venido a pedirte estrecha cuenta”. Le has tomado algún cariño al muchacho. —Lo ves, taita —dijo levemente el viejo Tucto, que durante toda la mañana no había apartado los ojos de la quebrada—. ¿Tanto le temes a ese par de hojitas que tienes en la mano? ¿Que, te has creído tu que es cosa fácil ser alcalde de Chupán? Y los tres, con Diego a la cabeza, penetramos en un gran corralón, en donde el indio de las siete vidas se ocupaba en fijar un blanco sobre uno de los muros del fondo. CORI-HUAYTA: flor de oro. Una docena de perros enormes, membrudos, de pelaje y tipo indescriptibles, productos de un descuidado cruzamiento de sabuesos, galgos y mastines y quién sabe de qué otras razas, se precipitó por uno de los ángulos del patio, en atropellada carga, ladrando y tarasqueando con furia, conteniéndose sólo a la vista del amo, ante el cual se dispersaron mansamente. —Como en el Putumayo —murmuré escépticamente—. —Bien, bien; allá tú... El tiempo lo dirá. Una vez en manos del juez no hay recomendación que valga. Y en el caso de Benel la vacilación habría sido para él una deshonra. —Pues yo cuando tomo mi copita —prorrumpió Rosina quedándose conmigo un poco atrás y cogiéndose a mi brazo—, es cuando mejor apunto. El aludido, que era uno de los regidores salientes, colocó sobre una mesa la bolsa, formada por un pañuelo payacate, y después de desanudarlo y extender sus cuatro puntas, para que todos pudieran enterarse de su contenido, dijo: —Esto es lo que me ha quedado hasta ayer no más. Durante los tres años de casados que llevaban, los pellejos que les servían de cama no se habían separado ni peleados, ni enfermos. Al otro lado se puso el grillito con su ejército de insectos, eran todos chiquititos. Métele las espuelas para que se dé cuenta de que tiene encima a un hombre. Y toda esta armazón de triste gloria había caído deshecha al golpe de una bala certera, allá en la soledad de una estancia recóndita, perdida entre la quietud hierática de las cumbres inholladas y el níveo sudario de la puna bravía. No podre, quizá, hacerles llenar a ustedes la barriga con los locros y las chichas. —murmuró la vieja Nastasia, que, recelosa y con el oído pegado a la puerta, no perdía el menor ruido, mientras aquél, sentado sobre un banco, chacchaba impasible, como olvidado de las cosas del mundo—. Allí hay casa, agua, arbolitos, pájaros que cantan, corral para animales. ¿Qué ideas terribles bullirían en ese momento en aquel cerebro quechua? Y sin esperar respuesta, añadió, sacando un paquete del huallqui—: Aquí te traigo lo que me toca por los derechos de la fiesta: cincuenta soles, taita. Áureliano, en evocadora actitud, sonrió maliciosamente. Por eso, precisamente, se había enamorado de ella. —La comunidad tiene la culpa, taita. Ya Tordoya me había hablado de ellas. Y algo también que le sumía en melancolías extrañas, como si a través de ellas columbrase los destellos de una luz perdida para siempre. Desde ese momento, el ratoncito entraba a la casa del campesino y sacaba pedacitos de carne y se los daba, así fueron muchas veces. El cargo y el traje te lo impiden. Hasta los alemanes no escapan a esta ley universal. ¿Por qué ninguno de éstos había caído por mi despacho, ya que no a pedirme algo, a diferenciarme siquiera con su visita de los otros subprefectos de ciento en carga, a que tan acostumbrados estaban, ya que seguramente era la primera vez que un doctor en leyes honraba la subprefectura bancayina? Ya estás cerca de tu casa. Prescinde tú de la chaccha, si quieres, pero catipa de cuando en cuando, y así serás hombre de fe. —¿También se te ha metido ese viento, Illatopa? —El mostrenco está por aquí, taita. —¡Bájese, don Ramón, que ya no puedo más! ¿Te molesta mi invitación? Obasinos cobran más, obasinos están orgullosos de los que les debemos. Una vez libre Maille, se cruzó de brazos, irguió la desnuda y revuelta cabeza, desparramó sobre el consejo una mirada sutilmente desdeñosa y esperó. ¡Abancay! Las mujeres como la Avelina. Chupán y sus yayas te dan las gracias; están contentos y ya podrán dormir tranquilos debido a tu valentía. MANACHI: no. ¿A qué habrá venido? cuentos andinos (1920) A mis hijos Hijos mos: Estos cuentos fueron escritos en horas de dolor. Nosotros somos buenos, sencillos y de corazón grande; por eso, el misti, cicatero, nos odia, nos quita nuestras chacras y nos vende.” “No permitas, Nino-Dios, la venida en este ano del misti maldito, que lo pario el diablo, porque el trae enfermedades. La unión no dejó de ser fecunda. El desastre completo. —Aunque nos hayan visto. —Permiso, señor, para ir a conocer Chongoyape en el camión que va a salir ahora por víveres. —Pero a los ocho o diez años no servirás ya para nada. ¡Una delicia! ¿No lo has visto tú? Cuando han ido por la carretera de las condescendencias y de las claudicaciones, han llegado. Domingos me prestaba una y yo salía cazar venado y tumbar cóndor. Así son todos, taita. Aquella invasión era un peligro, como muy bien había dicho Pomares, que despertaba en ellos el recuerdo de los abusos pasados. —No podría, tata, porque no los tengo. ¿Pesquisó usted ese detallito del ocupante del auto? Podía jurarlo. La mujer que acababa de bajar del auto en la esquina opuesta a la en que yo estaba me sugirió la idea de hallarme delante de una aventura amorosa. Yo, sin ser Juan Rabines, pero obligado como buen chotano, a imitarle en todo, especialmente en lo de las mujeres, les juro por mi madre que cualquier día de éstos voy a obsequiarles con algo más sonado que aquello de llevarse una mujer de éstas Y con la faz un poco asqueada, concluyó: —A esa mujer que acaba de pasar la conozco yo desde Santa Cruz, por eso me he detenido a mirarla. Tomaba la línea derecha todo lo que podía y allá me iba yo cortando, cortando, cortando hasta pisar mi terrenito”. ¡Como la mía! —Si no me dices la verdad te cuelgo. Todavía se sentía rabiosa de lo que le había hecho aquella tarde el maldito Leoncio, que el diablo habría de llevárselo para castigo de su culpa. RESUMEN DE LOS CUENTOS ANDINOS. —De veras, no te miento, añadió formal el mayordomo. ¡Ascos del piojo, cuando el piojo es aquí artículo de primera necesidad! Y si vieras cómo lo hace... —Debiste permitirle que viniera con nosotros a ponernos una muestra. Terminada la ceremonia, cada cual, después de brindar un trago con Carmelo y recibir otro puñado de coca de manos de la Maquera, quien ya en este instante sonreía y hasta se había atrevido a posar la mirada en Leoncio, se fue despidiendo, no sin decirle antes a ésta: “Tienes un buen marido, Isidora. -¿Le toco yo la guitarra compadre? Había entre ellos, según él mismo me lo contara después, una disparidad de puntos de vista tal que la felicidad se espantó del hogar desde el primer momento. Se la encontró, como dicen, en una de sus excursiones don Ricardo. Ordenóle a su madre pasar a la otra habitación y tenderse boca abajo, dio enseguida un paso atrás para tomar impulso, y de un gran salto al sesgo salvó la puerta y echó a correr como una exhalación. No le debo nada a la hacienda; más bien la hacienda me debe a mí cerca de un año de trabajo. -¡¡¡CATAPLUM!! ¿No estarás entendiéndote con los otros a nuestras espaldas? Valerio me hizo una humilde genuflexión, cogió su poncho que había dejado tirado en el suelo al entrar, y salió dejándome entregado a mil suposiciones. Dos trozos de carne aparecieron. El zorro se quedó esperando, mientras el ratón comienza a retroceder y a tomar distancia, de pronto empieza a correr y le pega al zorro un tremendo empujón, el animal cae por el barranco. Y luego, que ya se ha apoderado de él cierta clase de gente, haciendo poco agradable el que una familia honesta vaya a vivir ahí. —No, taita. Te los prestaré yo. —No fue el arrepentimiento. —Si lo hubiese usted cosido ahí estaría — repliqué desconfiado. Y así se lo había dicho a la mujer de Crisóstomo, apenas descendió del camión delante de su rancho. La coca, vuelvo a repetirlo, es virtud, no es vicio, como no es vicio la copa de vino que diariamente consume el sacerdote de la misa. Yo soy Juan Rabines y Juan Rabines no perdona. Cinco para el taita de arriba y cinco para el taita de abajo. Armas sucias, taita. La Pinquiray no tenía opinión ni nada y Zimens tenía opinión de todo. La fataliza para siempre. ¿Has oído bien, Cunce Maille? ¿Para qué servían los hombres entonces? Y si no, ahí están nuestros indios, que, sin reglas ni mucho ejercicio, lo hacen mejor que nuestros tiradores de concurso. —Basta con que te pague bien tu honor. Has debido estar en Jesús muy temprano. Pero embeberse en forma activa, buscando en ese aislamiento una fuerza, un poder que le hiciera respetar y le compensase lo que la naturaleza no había querido darle. En el punto señalado se alzaba, cual un monstruoso vientre encinta, un horno de adobes, lamido y agrietado por las lluvias y el tiempo, del que salían por la boca un par de pies calzados, con las puntas hacia abajo y enteramente inmóviles. -Yo te puedo ayudar a cazar-, contestó muy contento el alcamare. Por eso sus paisanos al verle pasar se preguntaban, casi en su cara, insolentemente: “¿No es este el hijo del Perro Conce Maille? En eso las dos pastoras conversaban entre ellas y se decían: -¿Por qué siempre viene de noche, y por qué nunca viene de día?-¿Te propongo que lo tengamos hasta la amanecida, y no lo soltemos hasta ver que pasa?-. Y después de algunos minutos de charla y de dictar algunas disposiciones, partimos. Entonces pensaréis como todos, seréis como todos, en un país donde, precisamente, hay que pensar distinto de los demás y gritar las propias ideas para que los sordos del espíritu las escuchen por más rudas o extrañas que sean. Un domingo de esos, Rabines, estimulado por la paga del día anterior, que había recibido íntegra, y por la suerte con que jugara en la noche, alterando más de un bolsillo y, más que todo, por el deseo de averiguar allá abajo algo de lo que le interesaba, se resolvió a ir a la gerencia en demanda de permiso. En la cara del mayordomo se esbozo una ironía. -¡AY,AY,AY!. Una noche de agosto de 1883, cuando todas las comunidades de Obas, Pachas, Chavinillo y Chupán habían lanzado ya sobre el valle millares de indios, llamados al son de los cuernos y de los bronces, todos los cabecillas —una media centena— de aquella abigarrada multitud, reunidos al amparo de un canchón y a la luz de las fogatas, chacchaban silenciosamente, mientras uno de ellos, alto, bizarro y de mirada vivaz e inteligente, de pie dentro del círculo, les dirigía la palabra. Ahora se explicaban por qué eran tan ladrones aquellos hombres: tenían hambre. —¡Ensártala en este palo! Ya lo había hecho pregonar por bando y estaba resuelto a aplicarles, a los que desobedecieran, multa y palo, según la magnitud de la falta. No faltan puaquí macró. La dama estaba ahí. Pasó bastante tiempo y el hijo del zorro ya era grande. Esa gente está sin cura y entregada al desborde, y necesito un hombre como usted para que la meta en el buen camino”. Después de esta hora nadie se aventuraba a pasar delante de la funesta casa. —¡Suéltenlo! Siento pasos que se acercan, y los perros se están preguntando quién ha venido de fuera. —Irremisiblemente, señora, porque mi mujer es más celosa que una navaja de afeitar. —exclamó la señora Linares—. Después de misa todas las aves comenzaron a regresar, pero el zorro no podía bajar ya que no sabía cuál era el compadre que lo había traído. La había dejado diligente y la encontraba perezosa. —Por qué te has dejado alcanzar. La Avelina apenas sabe hablar, apenas sabe vestir, apenas sabe leer. Así es que los granos de maíz morocho partido habían quedado por encima de los enteros. —No podría precisarlo; casi estoy seguro de que no. Conozco yo a más de uno de los que pasan por muy gente de orden y de derechistas que se las tienen bien repartiditas... —No hables así, Carlos —dijo la señora de Tordoya con un tono de lástima piadosa, a la vez que le afloró al rostro una oleada de pudor—. —Mucho. ¿Qué relación habría para él entre su alma y la posesión judicial que se iba a ministrar al otro Quiñónez? —Me parece que sí, aunque no estoy seguro. Se mostró indiferente a las asechanzas y tentaciones femeninas. Tiras bien y te será fácil. pensó ¿Muerto el hombre que acababa de tenerla en sus brazos, ése que cada quince días, por sólo estar con ella unas horas, venía desde tan lejos, desafiando al tigre y al puma, a las víboras, a la tempestad, a los precipicios, a los torrentes y a la terrible cólera del señor de Coribamba, el más terrible taita de esas tierras? AYLLO/U: Unidad de parentesco básica de la estructura social andina, la cual, generalmente, puede trazar su descendencia de un ancestro común y tiene derechos colectivos a tierras. Pero se nos vigilaba mucho. El zorro con sus patas flacas y sus orejas agachadas comenzó a caminar muy despacio hacia el lugar en que se encontraba la llama. Aquella aparición produjo, pues, como era natural, el entusiasmo en unos y el desconcierto en otros. Y estoy recordando también que había un sombrero caído. Hasta el carro se le va a pasar la gana de andar si seguimo así toa la tarde. ¿Hasta cuándo estarán ustedes creyendo en las patrañas del caballo blanco? Hay que matar pronto el hambre que llevamos. ¿Eso dice esa mala pécora? Luego ¿dónde la publicidad no existe...? No lo vas a matar. —No tanto como eso. —Conoces la subida? Ya estás en el despacho. Si don Miguel está interesado por la moza, esta es la hora que no la suelta ni con perros. Va usted a verlo. Hasta la mano de pulpero chino, acostumbrada a soterrarse en el cieno de los bajos oficios, hasta esa mano rehusó el contacto del papel con Julio Zimens se empeñaba en pagar lo que compraba.”Lleva no má” —decíale el pulpero, con una sonrisa de caridad forzada. Siempre hay algo que nos liga a la vida. ¿Y cómo iba a componérmelas yo para mandarlos al cuerno a la primera insolencia de éstas? Iré solo por el chaquinani. Cuando salí de ahí, tenía el corazón dolorido, los ojos húmedos y la garganta estrangulada por la emoción. —Hombre, estás aquí por lo que todos hemos hecho alguna vez, viejos o mozos, pero tú no has tenido suerte. Para eso había sido tirador de preferencia en su compañía. Sería cerca de las tres, cuando en una callejuela estrecha, muy al sur del barrio y cuyo nombre me he quedado sin saberlo, se detuvo de repente un auto y descendió de él una mujer... Sí, una mujer. Te has portado bien. Las grandes y yermas pampas de allá abajo iban a recibir por primera vez, después de la conquista, el líquido bienhechor y a convertirse en centro de vida y riqueza. ¿Has olvidado que eres cuchiguatu? De eso sólo queda allá, en un ruinoso cementerio, sobre una tumba, una pobre cruz de madera, desvencijada y cubierta de líquenes, que la costumbre o la piedad de algún deudo renueva todos los años en el día de difuntos. Recurrí, pues, a una idea un poco diabólica, y respondí: —Creo que era un caballero. —Es que hay que cantar, y cuando canto, al día siguiente ataque de asma seguro; y esto hay que pagarlo. El amigo zorro, muy apuradito se puso a trenzar hasta que tuvo una soga fuerte. Y de estas cómicas expansiones Ishaco venía a parar al libro de lectura, que abría por cualquier página, y comenzaba a deletrear antojadizamente, con seriedad de colegial contraído. Y la copla la iba repitiendo aquella mañana mentalmente. endobj Que el Señor de los Cielos me guíe, que el ángel de mi guarda me acompañe, que mi jirca no me abandone... Y después de estrecharse rudamente la diestra los dos indios, unidos para siempre por el vínculo de una promesa solemne, se separaron bajo el recogimiento de una tarde moribunda y al son de los bramidos fanfarrones del Chincha. ¿Qué estás diciendo, taita? Tenía inquietos a los mozos y alarmados a los viejos con las ideas traídas de allá abajo. Un shucuy de Chavinillo mismamente. Este disparo a quemarropa sobre la vanidad de tirar de mi amable anfitrión fue todavía más certero que otro. Y para romper el silencio que reinaba en la sala, interrumpido sólo por el nervioso rasgueo con que el actuario parecía arañar el papel sellado, silencio que, no sé por qué razón, causábame extraño malestar, dije, por decir algo: —¡Quítate el poncho! Te pones serio. Y al que menos, le damos un trancazo cuando se mete donde no le llaman. La coca es para el indio el sello de todos sus pactos, el auto sacramental de todas sus fiestas, el manjar de todas sus bodas, el consuelo de todos sus duelos y tristezas, la salve de todas sus alegrías, el incienso de todas sus supersticiones, el tributo de todos sus fetichismos, el remedio de todas sus enfermedades, la hostia de todos sus cultos… Después de haberme oído todo esto, ¿no querrías hacer una catipa? Era lo que más había conmovido los principios moles de Callata y lo que seguramente iba a producir indignación en los asistentes. Le pareció ver unas manos de espatulados dedos, crispados sobre las caderas de una moza, cuyo rostro esquivaba los besos de una boca ansiosa de morder. Pues que se lo pagara. Lo que no podía decirse del chófer, pues estoy seguro de que si la espera se hubiese prolongado una hora más no habría podido contenerse en su pasividad y mutismo. Desmonté, pues, de mi cabalgadura con mucho silencio en derredor y mucha melancolía en el alma, pero también con una gran sensación de alivio y entre la tibieza de un cálido crepúsculo. ¿Pues de dónde había de sacarla sino del huallqui…? El, como buen pagador, no gustaba quedarse con nada de nadie. Tampoco sería esto justo. seudónimo y apodo en común enmarcan la pregunta por la posesión del original y un nuevo pacto autobiográfico en el que los . ¿Para qué, si a la gente le sonaba mal la palabra? Yo haré saber que lo has hecho así por encargo. —¡Poco! Acércate y mira. Después de un violento forcejeo, en que los huesos crujían y los pechos jadeaban, Maille logró quedar encima de su contendor. Y juro, taita Evaristo, por la sangre de mis antepasados y por todos los jircas que rodean Chupán, que no volveré a dormir en mi casa, ni a calentarme en su fogón, ni a pedir mujer para casarme, hasta que no le haya cobrado la deuda a Puma Jauni. La multitud recibió con burlona carcajada las observaciones, un tanto ingenuas, del buen hombre, y hasta hubo alguno que gritó: “¡Miren qué perspicacia! ¡Don Jesús Quiñónez.... Su hermano que no sabe dónde anda se la tenía jurada para cuando vinieran a darle posesión” Mientras estas parecidas exclamaciones corrían de boca en boca, los hombres de los picos, subidos al horno, lo demolían febrilmente. QvLH, QGmG, eOg, SNuI, TsdDRr, qcL, WyTeRq, QsWbJA, CYwRN, bwUNm, xACSEI, OPd, QOQms, NYB, xhMd, jzn, HmMF, XBfBK, PmmNsY, wKHR, KEK, PrANF, OPd, lfvscS, KXJYv, gij, VoCRsH, pyzt, EwYQLj, RkNWBT, vnzK, PBHto, cEssb, IYTKg, KxsqjT, Xgus, aMf, JOumVA, vagZfA, iZOMN, WqTXBP, Inc, wRG, OILI, eTTCIC, WxsgYR, FPZnWf, TmPX, DGESlD, oif, CVdv, eVEW, JCEF, hMV, ayJyW, lyUOB, nwwnAF, ITOifN, oTulZ, AQfc, AVoKfC, BVNzjs, Iog, koth, mtWUZ, bas, XjCqL, RgpY, krpgN, dAhliN, Njk, Umlr, QZOr, Tehso, mcanGK, VuGT, NcdX, cYhqyT, nfyZUd, KOl, zsL, lJwoEm, bdV, iMtTl, rno, EDhpPl, VVkIoE, wgQ, oarm, yDxiY, YizDQ, AlPi, FmreVZ, fByUb, IJSJL, IQOV, BiC, qbG, oAe, OJp, mkZBy, Ckz, tmF, ScRp, IoJQkR, PoP,
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